Tras
de la reja abierta entre los muros,
La
tierra negra sin árboles ni hierba,
Con
bancos de madera donde allá a la tarde
Se
sientan silenciosos unos viejos.
En
torno están las casas, cerca hay tiendas,
Calles
por las que juegan niños, y los trenes
Pasan
aliado de las tumbas. Es un barrio pobre.
Como
remiendos de las fachadas grises,
Cuelgan
en las ventanas trapos húmedos de lluvia.
Borradas
están ya las inscripciones
De
las losas con muertos de dos siglos,
Sin
amigos que les olviden, muertos
Clandestinos,
Mas cuando el sol despierta,
Porque
el sol brilla algunos días hacia junio,
En
lo hondo algo deben sentir los huesos viejos
Ni
una hoja ni un pájaro. La piedra nada más.
La
tierra.
¿Es
el infierno así? Hay dolor sin olvido,
Con
ruido y miseria, frío largo y sin esperanza.
Aquí
no existe el sueño silencioso
De
la muerte, que todavía la vida
Se
agita entre estas tumbas, como una prostituta
Prosigue
su negocio bajo la noche inmóvil.
Cuando
la sombra cae desde el cielo nublado
y
el humo de las fábricas se aquieta
En
polvo gris, vienen de la taberna voces,
y
luego un tren que pasa
Agita
largos ecos como bronce iracundo.
No
es el juicio aún, muertos anónimos.
Sosegaos,
dormid: dormid si es que podéis.
Acaso
Dios también se olvida de vosotros.
Las
Nubes. (1937 – 1938)
1943.
En un
cementerio de lugar castellano
Corral de muertos, entre pobres tapias,
hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz, en el desierto campo
señala tu destino.
Junto a esas tapias buscan el amparo
del hostigo del cierzo las ovejas
al pasar trashumantes en rebaño,
y en ellas rompen de la vana historia,
como las olas, los rumores vanos.
Como un islote en junio,
te ciñe el mar dorado
de las espigas que a la brisa ondean,
y canta sobre ti la alondra el canto
de la cosecha.
Cuando baja en la lluvia el cielo al campo
baja también sobre la santa hierba
donde la hoz no corta,
de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!,
y sienten en sus huesos el reclamo
del riego de la vida.
Salvan tus cercas de mampuesto y barro
las aladas semillas,
o te las llevan con piedad los pájaros,
y crecen escondidas amapolas,
clavelinas, magarzas, brezos, cardos,
entre arrumbadas cruces,
no más que de las aves libres pasto.
Cavan tan sólo en tu maleza brava,
corral sagrado,
para de un alma que sufrió en el mundo
sembrar el grano;
luego sobre esa siembra
¡barbecho largo!
Cerca de ti el camino de los vivos,
no como tú, con tapias, no cercado,
por donde van y vienen,
ya riendo o llorando,
¡rompiendo con sus risas o sus lloros
el silencio inmortal de tu cercado!
Después que lento el sol tomó ya tierra,
y sube al cielo el páramo
a la hora del recuerdo,
al toque de oraciones y descanso,
la tosca cruz de piedra
de tus tapias de barro
queda, como un guardián que nunca duerme,
de la campiña el sueño vigilando.
No hay cruz sobre la iglesia de los vivos,
en torno de la cual duerme el poblado;
la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño
de los muertos al cielo acorralados.
¡Y desde el cielo de la noche, Cristo,
el Pastor Soberano,
con infinitos ojos centelleantes,
recuenta las ovejas del rebaño!
¡Pobre corral de muertos entre tapias
hechas del mismo barro,
sólo una cruz distingue tu destino
en la desierta soledad del campo!
Andanzas
y visiones españolas.
1922.
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