Continuamos con la publicación de los relatos ganadores. Hoy es el turno del titulado ¿Es que no ves que no siente nada?, su autor es Carlos de la Torre Luque, del colegio Inmaculada concepción.
Otra
vez abro los ojos para volver al infierno al que llaman vida, siempre
deseo volver a dormirme, supongo que de esa forma no tendría que
sufrir más, pero hasta el momento no hay forma alguna de conciliar
el sueño eterno. Como cada mañana, mamá viene a ver si he
despertado, me levanta y me da de desayunar lo más veloz posible
para poder deshacerse de mí cuanto antes. Cada día lo hace más
cansada, con más amargura y dolor, como si mi existencia la
consumiera poco a poco. Ya ni siquiera me da un beso en la frente.
Papá
es incapaz de regalarme la más mínima sonrisa, tan solo soy un
incordio para él y, sobre todo, para mi hermana mayor y mi hermano
pequeño, los hipócritas que, para evitar que no me salga de la
acera de camino al colegio, me pegan y agarran de la mano como si de
un simple objeto se tratase, los mismos que me abofetean con ira para
evitar mis nervios y me hacen decir o hacer barbaridades para echar
unas risas junto a sus amigos. Eso sí, delante de mamá o de los
profesores actúan como hermanos ejemplares; ojalá algún día pueda
decirles lo que siento. Ojalá pudiera comunicar a alguien mi
situación, pero por más que me esfuerzo, el habla no escapa a mis
labios; como si tuviera plomo en la boca, imposible abrirla, incapaz
de gesticular.
En
clase me siento y observo a mi alrededor, niños de mi edad
señalándome y riéndose mientras yo, sin poder evitarlo, hago de
marioneta para que, cuando llegue el profesor, sea yo el único
culpable del desastre causado. Todos me tratan como un bicho raro,
como si solo fuera un cuerpo sin sentimientos ni corazón, parezco de
otra especie. Siempre he querido defenderme, pero en lugar de poder
juntar dos letras, solo soy capaz de explotar todos esos sentimientos
en mi interior en forma de ataque, una irrupción ocasionada por
todos esos gritos del profesor, por las risas de mis compañeros. No
tienen la más mínima idea de que, para mí, todos esos ruidos y
agresiones son como bombas en mi interior; todos rebotan en mi cabeza
como voces que no cesan de atacarme. Me tapo los oídos, comienzo a
gritar, lo golpeo todo; y pronto vienen las enfermeras para recogerme
e intentar calmarme, llevándose, a cambio, patadas y golpes de mi
parte; ya era parte de la rutina.
Probablemente
penséis que deseo volver a casa cuanto antes, pero no, las tardes
son mucho peores. Al llegar, mi hermana y mi hermano se hacen los
buenos conmigo y le cuentan a papá y mamá que mi comportamiento ha
sido pésimo y que solo he causado problemas, sabiendo que yo no
tenía culpa de nada. Papá solía abofetearme sin parar, a pesar de
que mamá le decía que parase.
-¿Es
que no ves que no siente nada? ¡Incordio de niño! ¡Si vive en otro
mundo!
- le
contestaba papá. Ni siquiera soy capaz de expresar mi cara de dolor.
Por
la tarde, mamá me encierra en mi cuarto y se olvida completamente de
mí. Al llegar la noche, el sueño se apodera de mí y me inmerso en
ese habitual mundo de soledad para intentar dejar las injusticias que
sufro a un lado e imaginar cosas que me pongan alegres. Cada vez
funciona menos. Mis sentimientos de impotencia al no poder
expresarme, dolor, ira frente a las agresiones, insultos o
simplemente al no poder contestar una simple pregunta como: “¿cómo
te llamas?”, y lo que es peor, el hecho de no ser tratado por
igual, definen mi vida y me impiden tener un momento de felicidad.
Cada día es una lucha por querer seguir adelante, una lucha entre la
vida y la muerte.
Esta,
es mi historia; yo, Juan, tengo 14 años y soy autista.
Y es
por eso, querido lector, por lo que quiero que la conozcas. Porque
este es solo un ejemplo más, un simple ejemplo de algo que es normal
en el día a día de muchas personas, algo que en el mundo de hoy es
real: LA DESIGUALDAD
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