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martes, 8 de marzo de 2016



Continuamos con la publicación de los relatos ganadores. Hoy es el turno del titulado ¿Es que no ves que no siente nada?, su autor es Carlos de la Torre Luque, del colegio Inmaculada concepción.



Otra vez abro los ojos para volver al infierno al que llaman vida, siempre deseo volver a dormirme, supongo que de esa forma no tendría que sufrir más, pero hasta el momento no hay forma alguna de conciliar el sueño eterno. Como cada mañana, mamá viene a ver si he despertado, me levanta y me da de desayunar lo más veloz posible para poder deshacerse de mí cuanto antes. Cada día lo hace más cansada, con más amargura y dolor, como si mi existencia la consumiera poco a poco. Ya ni siquiera me da un beso en la frente.

Papá es incapaz de regalarme la más mínima sonrisa, tan solo soy un incordio para él y, sobre todo, para mi hermana mayor y mi hermano pequeño, los hipócritas que, para evitar que no me salga de la acera de camino al colegio, me pegan y agarran de la mano como si de un simple objeto se tratase, los mismos que me abofetean con ira para evitar mis nervios y me hacen decir o hacer barbaridades para echar unas risas junto a sus amigos. Eso sí, delante de mamá o de los profesores actúan como hermanos ejemplares; ojalá algún día pueda decirles lo que siento. Ojalá pudiera comunicar a alguien mi situación, pero por más que me esfuerzo, el habla no escapa a mis labios; como si tuviera plomo en la boca, imposible abrirla, incapaz de gesticular.

En clase me siento y observo a mi alrededor, niños de mi edad señalándome y riéndose mientras yo, sin poder evitarlo, hago de marioneta para que, cuando llegue el profesor, sea yo el único culpable del desastre causado. Todos me tratan como un bicho raro, como si solo fuera un cuerpo sin sentimientos ni corazón, parezco de otra especie. Siempre he querido defenderme, pero en lugar de poder juntar dos letras, solo soy capaz de explotar todos esos sentimientos en mi interior en forma de ataque, una irrupción ocasionada por todos esos gritos del profesor, por las risas de mis compañeros. No tienen la más mínima idea de que, para mí, todos esos ruidos y agresiones son como bombas en mi interior; todos rebotan en mi cabeza como voces que no cesan de atacarme. Me tapo los oídos, comienzo a gritar, lo golpeo todo; y pronto vienen las enfermeras para recogerme e intentar calmarme, llevándose, a cambio, patadas y golpes de mi parte; ya era parte de la rutina.

Probablemente penséis que deseo volver a casa cuanto antes, pero no, las tardes son mucho peores. Al llegar, mi hermana y mi hermano se hacen los buenos conmigo y le cuentan a papá y mamá que mi comportamiento ha sido pésimo y que solo he causado problemas, sabiendo que yo no tenía culpa de nada. Papá solía abofetearme sin parar, a pesar de que mamá le decía que parase.

-¿Es que no ves que no siente nada? ¡Incordio de niño! ¡Si vive en otro mundo!
- le contestaba papá. Ni siquiera soy capaz de expresar mi cara de dolor.

Por la tarde, mamá me encierra en mi cuarto y se olvida completamente de mí. Al llegar la noche, el sueño se apodera de mí y me inmerso en ese habitual mundo de soledad para intentar dejar las injusticias que sufro a un lado e imaginar cosas que me pongan alegres. Cada vez funciona menos. Mis sentimientos de impotencia al no poder expresarme, dolor, ira frente a las agresiones, insultos o simplemente al no poder contestar una simple pregunta como: “¿cómo te llamas?”, y lo que es peor, el hecho de no ser tratado por igual, definen mi vida y me impiden tener un momento de felicidad. Cada día es una lucha por querer seguir adelante, una lucha entre la vida y la muerte.



Esta, es mi historia; yo, Juan, tengo 14 años y soy autista.
Y es por eso, querido lector, por lo que quiero que la conozcas. Porque este es solo un ejemplo más, un simple ejemplo de algo que es normal en el día a día de muchas personas, algo que en el mundo de hoy es real: LA DESIGUALDAD

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