Su autora es Claudia Callejón Valbuena.
Estudia en el Colegio Inmaculada Concepción.
El relato lleva por título Un si a la igualdad.
La
vida lo había rechazado de nuevo. Tras haberse presentado al último
casting, la suerte le daba la espalda. Guitarra en mano, Nico volvió
a la soledad de la calle, donde una caja de cartón sucia y mantas
sacadas del contenedor le esperaban.
Sobre
las diez y media, Judith bajó a la cafetería de siempre y se tomó
un capuccino. De vuelta a la redacción donde trabajaba, se detuvo en
la puerta unos segundos. Su mirada se fijó en un joven mendigo, que
cantaba y tocaba habilidosamente la guitarra. No lo había visto
antes por allí, y algo en su mirada llamó su atención; tristeza.
Desde
aquel momento, todos los días veía al joven, y se paraba durante
unos segundos a escuchar sus canciones, algunas melancólicas y otras
alegres, que siempre tenían algo especial. Había veces en las que
incluso tarareaba algunas de ellas, sin percatarse de que poco a poco
quedaban grabadas en su mente.
Cierto
día, Judith paseaba por el centro de la ciudad, mirando escaparates.
Entonces, le pareció escuchar una voz familiar, así que se acercó
al grupo de gente de donde provenía. Era el joven músico. Estaba
rodeado por algunas personas a las que parecía gustarle su música
tanto como a ella, y que le dejaban calderilla en la funda de la
guitarra. Aprovechó para detenerse y escuchar mejor sus canciones.
Pero, ¿cómo un chico de tal talento podía estar tirado en la
calle? No lograba entenderlo. Cuando, de pronto, una idea disparatada
emergió en su mente. Grabadora en mano, capturó tres canciones
disimuladamente. Luego, depositó un billete en la funda y se marchó.
Rápidamente
llegó a su lujosa casa, y buscó a su padre, que era un famoso
productor musical, y le enseñó la grabación. Un sincero atisbo de
admiración brilló en los ojos del hombre mientras escuchaba la
música, a la vez que su boca se abría formando una leve “o”,
sorprendido. Raudo, no tardó en preguntar por la identidad del
joven, a lo que su hija únicamente respondió: “Pronto le
conocerás.”
Nico,
ajeno a todo esto, se encontraba sentado en un callejón, pues no
pretendía pedir limosna sino pensar y componer. Mirando su guitarra,
su mente se llenó de recuerdos borrosos de su infancia, tiempos en
los que todo era perfecto. Su padre enseñándole a tocar la guitarra
junto a la chimenea, y tocando canciones antiguas que a ambos les
gustaban. Era su momento preferido del día. Desafortunadamente, un
accidente en la carretera le arrebató a su padre, dejándole
completamente solo, ya que no conocía ni sabía nada de su madre.
Más tarde, se quedó en un centro de acogida, pero a los dieciocho
tuvo que dejar el lugar. Y, finalmente, la calle fue la única que le
abrió los brazos.
Desde
aquel momento, la música había sido su salvación, pues al menos
con ella ganaba algo de dinero para ropa y comida. Sin embargo, no
conseguía ahogar del todo la soledad y amargura que cada día lo
atormentaban. Era horrible ver todos los días el bullicio de
personas de aquí a allá, con dinero y tiempo en el que gastárselo,
o simplemente, con el cariño de su familia, que era lo que más
anhelaba.
Judith
se levantó temprano, ese día no tenía trabajo. Ansiosa, buscó al
mendigo por toda la calle, hasta que al fin dio con él. Se acercó
sonriente, aunque con algo de timidez.
-
Hola, me llamo Judith. Tal vez pienses que esto es muy arriesgado,
pero creo que te gustará. –Comenzó. –He estado viéndote varios
días y… he de decir que tienes mucho talento. Y, bueno, mi padre
es un famoso productor musical, y estaría encantado de conocerte.
¿Qué te parece? Sé que es todo muy repentino, pero… –Dijo de
golpe.
Nico
se sintió confuso y su vista se clavó en Judith. ¿Estaría
diciendo la verdad? Siempre lo echaban de todos lados, como a una
bolsa de basura. ¿Por qué de repente alguien iba a querer
contratarle? Aun así, no tenía nada que perder, por lo que aceptó
la oferta, fiándose de ella.
Llegaron
al despacho de su padre. Al entrar, una expresión avinagrada se
formó en su rostro, pero rápidamente tornó a sorpresa cuando su
hija entró tras él. Entonces, Nico le reconoció. Él había sido
el último productor al que había acudido, que también lo había
descartado veloz. ¿Es que se había arrepentido?
-
Papá, éste es Nico. Es el chico del que te hablé.
En
aquel momento, el padre bajó los ojos avergonzado. Estaba más que
sorprendido. Él mismo, lo había echado de allí unos días antes,
sin darse cuenta del diamante en bruto que había tenido delante.
Arrepentido, se levantó de su silla y se acercó al muchacho.
-
Lo primero que he de decir es que lo siento. Recuerdo que hace unos
días viniste aquí, y te di la espalda solo por tu aspecto. –Luego
miró a Judith. –Mi querida hija me enseñó una grabación tuya, y
me encantó. Ahora me siento muy mal, por no haberte dado aquella
oportunidad. No debí prejuzgarte, porque, realmente tienes algo
especial. –Tragó saliva. –quizá no aceptes lo que voy a
proponerte, pero… ¿Te gustaría trabajar conmigo? Puedo ofrecerte
un buen futuro en el mundo de la música. Llegarías muy lejos.
A
pesar de lo mal que lo había pasado, Nico había aprendido que el
rencor no llevaba a nada bueno. Justo en aquel momento, en su
interior estalló la felicidad, y la esperanza de que su vida
cambiaría pronto, tras haber luchado mucho por ello, y aceptó. Pero
todo, gracias a Judith. Al fin, alguien le había demostrado que las
personas aún querían ayudar a otras, que aún había gente que se
preocupaba por los demás. Gracias a ella, pudo recibir el mérito
que se merecía. No le juzgó como a un libro por su portada, sino
que vio más allá, su valía. Porque todas las personas somos
iguales, sin importar lo material ni el aspecto físico. Todas
merecemos una oportunidad, para demostrar que hay en nosotros algo
especial.
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