Seleccionar Idioma

viernes, 11 de marzo de 2016

Publicamos hoy un nuevo relato perteneciente a los ganadores de la convocatoria del certamen "Somos iguales".
Su autora es Claudia Callejón Valbuena.
Estudia en el  Colegio Inmaculada Concepción.
El relato lleva por título Un si a la igualdad.


La vida lo había rechazado de nuevo. Tras haberse presentado al último casting, la suerte le daba la espalda. Guitarra en mano, Nico volvió a la soledad de la calle, donde una caja de cartón sucia y mantas sacadas del contenedor le esperaban.
Sobre las diez y media, Judith bajó a la cafetería de siempre y se tomó un capuccino. De vuelta a la redacción donde trabajaba, se detuvo en la puerta unos segundos. Su mirada se fijó en un joven mendigo, que cantaba y tocaba habilidosamente la guitarra. No lo había visto antes por allí, y algo en su mirada llamó su atención; tristeza.
Desde aquel momento, todos los días veía al joven, y se paraba durante unos segundos a escuchar sus canciones, algunas melancólicas y otras alegres, que siempre tenían algo especial. Había veces en las que incluso tarareaba algunas de ellas, sin percatarse de que poco a poco quedaban grabadas en su mente.
Cierto día, Judith paseaba por el centro de la ciudad, mirando escaparates. Entonces, le pareció escuchar una voz familiar, así que se acercó al grupo de gente de donde provenía. Era el joven músico. Estaba rodeado por algunas personas a las que parecía gustarle su música tanto como a ella, y que le dejaban calderilla en la funda de la guitarra. Aprovechó para detenerse y escuchar mejor sus canciones. Pero, ¿cómo un chico de tal talento podía estar tirado en la calle? No lograba entenderlo. Cuando, de pronto, una idea disparatada emergió en su mente. Grabadora en mano, capturó tres canciones disimuladamente. Luego, depositó un billete en la funda y se marchó.
Rápidamente llegó a su lujosa casa, y buscó a su padre, que era un famoso productor musical, y le enseñó la grabación. Un sincero atisbo de admiración brilló en los ojos del hombre mientras escuchaba la música, a la vez que su boca se abría formando una leve “o”, sorprendido. Raudo, no tardó en preguntar por la identidad del joven, a lo que su hija únicamente respondió: “Pronto le conocerás.”
Nico, ajeno a todo esto, se encontraba sentado en un callejón, pues no pretendía pedir limosna sino pensar y componer. Mirando su guitarra, su mente se llenó de recuerdos borrosos de su infancia, tiempos en los que todo era perfecto. Su padre enseñándole a tocar la guitarra junto a la chimenea, y tocando canciones antiguas que a ambos les gustaban. Era su momento preferido del día. Desafortunadamente, un accidente en la carretera le arrebató a su padre, dejándole completamente solo, ya que no conocía ni sabía nada de su madre. Más tarde, se quedó en un centro de acogida, pero a los dieciocho tuvo que dejar el lugar. Y, finalmente, la calle fue la única que le abrió los brazos.
Desde aquel momento, la música había sido su salvación, pues al menos con ella ganaba algo de dinero para ropa y comida. Sin embargo, no conseguía ahogar del todo la soledad y amargura que cada día lo atormentaban. Era horrible ver todos los días el bullicio de personas de aquí a allá, con dinero y tiempo en el que gastárselo, o simplemente, con el cariño de su familia, que era lo que más anhelaba.
Judith se levantó temprano, ese día no tenía trabajo. Ansiosa, buscó al mendigo por toda la calle, hasta que al fin dio con él. Se acercó sonriente, aunque con algo de timidez.
- Hola, me llamo Judith. Tal vez pienses que esto es muy arriesgado, pero creo que te gustará. –Comenzó. –He estado viéndote varios días y… he de decir que tienes mucho talento. Y, bueno, mi padre es un famoso productor musical, y estaría encantado de conocerte. ¿Qué te parece? Sé que es todo muy repentino, pero… –Dijo de golpe.
Nico se sintió confuso y su vista se clavó en Judith. ¿Estaría diciendo la verdad? Siempre lo echaban de todos lados, como a una bolsa de basura. ¿Por qué de repente alguien iba a querer contratarle? Aun así, no tenía nada que perder, por lo que aceptó la oferta, fiándose de ella.
Llegaron al despacho de su padre. Al entrar, una expresión avinagrada se formó en su rostro, pero rápidamente tornó a sorpresa cuando su hija entró tras él. Entonces, Nico le reconoció. Él había sido el último productor al que había acudido, que también lo había descartado veloz. ¿Es que se había arrepentido?
- Papá, éste es Nico. Es el chico del que te hablé.
En aquel momento, el padre bajó los ojos avergonzado. Estaba más que sorprendido. Él mismo, lo había echado de allí unos días antes, sin darse cuenta del diamante en bruto que había tenido delante. Arrepentido, se levantó de su silla y se acercó al muchacho.
- Lo primero que he de decir es que lo siento. Recuerdo que hace unos días viniste aquí, y te di la espalda solo por tu aspecto. –Luego miró a Judith. –Mi querida hija me enseñó una grabación tuya, y me encantó. Ahora me siento muy mal, por no haberte dado aquella oportunidad. No debí prejuzgarte, porque, realmente tienes algo especial. –Tragó saliva. –quizá no aceptes lo que voy a proponerte, pero… ¿Te gustaría trabajar conmigo? Puedo ofrecerte un buen futuro en el mundo de la música. Llegarías muy lejos.
A pesar de lo mal que lo había pasado, Nico había aprendido que el rencor no llevaba a nada bueno. Justo en aquel momento, en su interior estalló la felicidad, y la esperanza de que su vida cambiaría pronto, tras haber luchado mucho por ello, y aceptó. Pero todo, gracias a Judith. Al fin, alguien le había demostrado que las personas aún querían ayudar a otras, que aún había gente que se preocupaba por los demás. Gracias a ella, pudo recibir el mérito que se merecía. No le juzgó como a un libro por su portada, sino que vio más allá, su valía. Porque todas las personas somos iguales, sin importar lo material ni el aspecto físico. Todas merecemos una oportunidad, para demostrar que hay en nosotros algo especial. 
 




No hay comentarios:

Publicar un comentario